jueves, 10 de noviembre de 2016

ATMÓSFERA




Año 2000, preescolar, olor a tierra mojada, a pino, césped, mis cortas piernas que no alcanzaban el paso de mi madre, su cálida mano y besos de despedida.
Sentía como el frío en mi pequeña cara, el único sitio expuesto a este, se convertía en rojez de mis mejillas conforme iba entrando a las clases, ese olor que desprendía el material del suelo y paredes, los cristales empañados. Recuerdo a cada uno de mis compañeros y seños, recuerdo algunas canciones infantiles y villancicos que me hacen volver a aquellos momentos, que me hacen recordar el lugar, que hacen recordarme a mi con dieciséis años menos y mis pequeños pensamientos. 
Todo lo veía aumentado e inmortal. Para mí el tiempo no pasaba en ese lugar, no era consciente que la manga del babi iba "encogiendo" y por días era mayor la porción visible de mi antebrazo.
Estaba segura de que aquello iba a ser mi segundo hogar por siempre y de que mis chiquitines compañeros y yo seguiríamos teniendo cuatro años eternamente. 

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