El frío hace que pasear por estas calles sea más intenso, no
es un frío al que estoy acostumbrada. Abrigada hasta el cuello, no puedo dejar
de mirar a mi alrededor y fijarme en todos y cada uno de los enormes edificios
que se encuentran ante mis ojos, quisiera poder guardar esa sensación por
siempre. Pero me detengo en cuanto veo algo fuera de lo común, algo que llama
mi atención. Escucho al grupo moverse hacia delante mientras yo me quedo quieta
frente a aquel edificio negro como el carbón, negro en su totalidad. Las
ventanas oscuras se extienden a lo largo de todo el edificio, no cuento cuántas
hay, porque son demasiadas. No me da tiempo a hacerle una fotografía en
condiciones por el hecho de que mi profesor grita mi nombre para que corra
junto a ellos y rápidamente aprieto el botón para congelar la imagen en mi
móvil mientras me alejo. Miro la foto
una vez he llego al hotel, no pude dejar de pensar en lo extraño de aquella
estética tan diferente al resto. Me doy cuenta que no ha sido una gran foto,
pero me da igual, mañana volveré a esa zona y podré observar detenidamente ese
edificio tan bonito a mis ojos. Creo que
Nueva York no trata sólo de los grandes edificios significativos, sino de los
edificios que te hacen sentir algo nuevo.
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